ANUNCIO
Kerygma
El anuncio −kerygma− es la primera y más importante tarea de la iglesia. Esta palabra griega utilizada en el Nuevo Testamento para la difusión pública de una verdad o un mensaje recibido de Dios, significa proclamación. Esta proclamación contiene el comienzo de toda existencia cristiana: “Jesucristo como Señor» (2 Cor 4:5).
Dice Francisco en Evangelii Gaudium: “El envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento de la fe cuando indica: «enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28,20). Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de formación y de maduración. La evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Cada ser humano necesita más y más de Cristo, y la evangelización no debería consentir que alguien se conforme con poco, sino que pueda decir plenamente: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20). (EG 160)
El Papa Francisco describe la primera proclamación con la que todo comienza, con las palabras: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte«. (EG 164)
“El kerygma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre.” (EG 164)
Ser anuncio
“Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas. En esta línea, todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús.” (EG 167)
Ser anuncio es ir más allá de mis propios límites para salir a mostrar lo que el Señor hizo conmigo. Es proclamar y profetizar con el testimonio de nuestra propia vida. Es no tener miedo de decir: Jesucristo es el Señor.
MISIÓN
La misión tiene una Iglesia
La misión encuentra su fuente, su origen, su nacimiento en la TRINIDAD. En Ella, la fuente del amor es el PADRE, el principio de toda la actividad divina. La primera misión es la Creación toda y todo en Ella es impronta del Creador. El mundo todo es escenario del amor providente, por lo que conlleva en sí misma una misión. La autonomía de lo creado −incluso el hombre, en todo su quehacer− tiene por ser creado una misión. (GS.36)
De este amor misión fontal de Dios Padre nace la Misión del Hijo, donde la misión de la Creación se convirtió en la misión de la Redención, que es nueva y definitiva, porque no podemos esperar otro salvador. Y también la Misión del Espíritu Santo, cuya explosión fue Pentecostés y pasamos entonces a la misión de la Santificación.
La misión es ante todo una actividad divina, la manifestación de la gloria de Dios frente a las naciones salvando a su pueblo. El énfasis hay que ponerlo en lo que Dios hace. Hasta el siervo puede ser mudo y ciego (Is.42, 18-20; 48, 8-13), su mensaje no es verbal, parecería inútil, sin embargo, Dios actúa a través de él.
Dice Francisco: Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. (EG27)
Misión es alegría
Por el Bautismo, cada uno se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados”, dice Francisco, y agregaque“si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones”
La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de admiración los primeros que se convierten al escuchar la prédica de los Apóstoles «cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés.
Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá.
Ser Misión
El Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos. (21) Ser misión es salir de mí. Y a eso nos impulsa Francisco poniendo a san Pablo como testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer: «No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera […] y me lanzo a lo que está por delante». (Flp 3,12-13).