Ser creatura

Creados a imagen de Dios, el corazón no deja de estar inquieto buscando, anhelando ese ‘más’ que complete y de sentido a su existencia. Lo propio de las personas auténticas que viven de cara a lo real y a la historia eligen unos valores fundamentales y unificadores que le den sentido a su existir. Hoy se considera la ‘espiritualidad lo propio de todo hombre que está abierto al misterio y viva conforme a él. Desde el punto de vista cristiano es la coincidencia del espíritu humano con el Espíritu divino.

“Ser religioso significa andar apasionadamente en busca del sentido de la vida y mantenerse abierto también a las respuestas que pueden conmovernos profundamente”. (W.Kasper)

El alma −con sus travesías entre nuestra mente, nuestros sentimientos-emociones y nuestra voluntad− quiere y necesita ampliar su horizonte yendo más allá, en busca de ese lugar escondido en el corazón de Dios. Allí, consuma su obra a través del Espíritu Santo enviado por el Hijo.

Habitar nuestra interioridad

Y ese espacio nuestro que anhela volver para encontrarse, al decir de san Agustín, es el que nos llama al silencio primordial, a un adentrarnos en nosotros mismos, a una interioridad que clama por acercarse más y más al Señor.  Esa interioridad a través de la cual se producen los encuentros que transforman y plenifican nuestra vida. Ahí nos encontramos con nosotros mismos, con Dios y con los otros. Porque estamos hechos para Dios y para los otros.

Este dejarnos apacentar en nuestra interioridad nos lleva a encontrar lo que buscamos: ser felices en el océano del Espíritu.

Trascender

Y el logro de nuestra felicidad empieza cuando comenzamos a bucear dentro para encontrar a Dios que nos conduce al afuera para abrazarnos con el otro.  Ahí se consuma la trascendencia que anhelamos. Porque ahí, en los brazos de los otros, está Dios esperando que no encontremos definitivamente. La potencialidad de todo nuestro ser y nuestra vida entera está oculta en el corazón de la semilla por germinar a cada instante. Conociéndonos interiormente, tal como nos mira Dios, dejamos crecer su obra en cada uno de nosotros para trascendencia de su Reino.